Compatriotas arequipeños, con su permiso, seré
el aguafiestas en el festejo del 475 aniversario de mi querida, noble y muy
leal Ciudad Blanca. Y es que, mientras la mayoría baila hasta que reviente agua
colorada, mientras todos celebran y se abrazan a la luz colorida de la
pirotecnia que va saltando la estructura de caña y carrizo de los tradicionales
castillos, o mientras alguien le sopla al de al lado las sagradas notas del
himno patrio que nunca aprendió: "Entonemos,
entonemos, entonemos un himno de gloria", yo tengo que hacer el
trabajo sucio y decir las cosas como son. Por lo menos algún león tiene que
rugir.
Dejé mi linda Arequipa a mediados de 1997 y
desde entonces solo regresé esporádicamente de visita, hasta el año 2003,
cuando partí rumbo al exilio en Estados Unidos. Hoy, 12 años después regreso
peregrino y fatigado, con el corazón cansado de buscar felicidad... Y Arequipa,
lamentablemente, no soy feliz en tu regazo. ¿Qué te hicieron? Dime ¿quiénes fueron?
Me atrevo a decir con profunda tristeza que el
Misti y el Chachani son de los pocos emblemas patrios que no han sido vejados
por el hacinamiento, el crecimiento desordenado, los negocios informales, los
taxis violadores y las combis asesinas. (Debe ser porque a muchos les dio
pereza trepar más de 5,000 metros para clavar e izar sus banderas de la
conquista).
La campiña ha sido vilmente devorada por el
cemento de improvisadas construcciones, los colores de las polleras predominan
sobre el auténtico color del sillar y la Plaza de Armas suele ser letrina de
afiebrados y agresivos antimineros.
Las celebraciones tradicionales como el corso
por el día de Arequipa han sido invadidas por Kallahuayas, llameradas y hasta danzas
endiabladas que nunca fueron una tradición arequipeña.
A este paso, los restaurantes típicos servirán
rocoto relleno, pero con trucha del Titicaca; zarza de patitas, pero de Alpaca;
y adobo, pero de Cancacho. Y el chaque ya no será de tripas, sino de Huarjata.
Y por si fuera poco, la virgen de Chapi tendrá
que compartir santuario con la Candelaria.
Las nuevas generaciones de arequipeños, al ser
hijos de inmigrantes, no tuvieron a nadie que les inculcara los valores y la
identidad tan propios de nuestra tierra, y hoy no son ni arequipeños ni puneños
ni juliaqueños; son un híbrido, es decir, ni chicha de jora ni limonada... ¡No
Jora!
Pero ellos no tienen la culpa. Nosotros somos
los culpables porque no hicimos respetar nuestro arraigado, famoso y hasta
envidiado arequipeñismo.
¿A llorar al río Chili o a rescatar nuestra
verdadera identidad? Tú decides. Para un león que se respete, nunca es tarde. Es
tiempo de rugir.
Después de leer este artículo de opinión algunos
me tildarán de discriminador. No llego a tanto. Solo estoy con la nevada... Algo
tan arequipeño que muchos hijos putativos jamás experimentarán.
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